Dado que el conocimiento de las
emociones y su manejo, es un medio necesario para alcanzar la felicidad que
tanto anhelamos, debemos saber en primer
lugar qué son las emociones: desde el nacimiento en nuestro organismo se
producen, de manera innata una serie de
reacciones de carácter biológico y cognitivo, en función de las situaciones que
vivimos y de la interpretación que damos a las mismas. Estas reacciones son las emociones.
En todos los momentos de nuestra
vida, existen: las vivimos con la
familia, con los amigos, en la escuela, con nuestro entorno, es decir
interactuando con todo lo que nos rodea.
Son tan importantes que nos ayudan a conseguir una buena adaptación, son
determinantes en nuestra salud y conforman nuestro carácter.
Si aprendemos a identificarlas, comprenderlas y
regularlas nos será muy útil a la hora de solucionar problemas, a amoldarnos
mejor a todo tipo de cambios, a aumentar nuestra resiliencia y en definitiva,
a obtener un bienestar psicológico. Al
mismo tiempo, si las conocemos mejor, nos daremos cuenta de cómo se sienten las
otras personas, por lo que empatizaremos
y nos relacionaremos con ellas de una manera más sana.
A través su aprendizaje las
podemos modular. De esta manera, las hemos de saber diferenciar y manejar de
modo que utilicemos nuestras reacciones de forma eficaz, puesto que las
personas capaces de gobernar adecuadamente sus emociones gozan de una gran
ventaja en todos los aspectos de la vida.
Aunque parte de las habilidades
de la inteligencia emocional pueden venir configurada en nuestros genes, otras
se moldean en los primeros momentos de nuestra existencia. Es la primera
infancia, la mejor edad para comenzar a educar a los niños en la expresión de
sus propias emociones y en la comprensión de los estados emocionales de los
demás. Esta educación se completa a lo largo de la escolarización, y es más,
durante el transcurso de toda la vida.
Padres, maestros y educadores son principalmente las personas encargadas de dar a conocer y potenciar las emociones en esta etapa, por lo que el comportamiento de ellos es un punto de referencia importante para que el niño o niña lo tome como modelo. Deben ser los mismo padres y madres un ejemplo a seguir ya que transmiten y pueden contagiar su estado emocional y anímico a través de su tono de voz, gestos, expresión facial, etc.
Resumiendo diremos que educar
emocionalmente consiste en ayudar a identificar y poner nombre a las emociones,
enseñar a poner límites en la conducta, a empatizar, respetar y relacionarse con los demás, a
quererse y aceptarse a uno mismo, y por último a proponer estrategias para
resolver problemas que se nos plantean en la vida.
En la imagen, puede observarse
una pequeña clasificación de emociones positivas y negativas que concurren en
la infancia.